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Delbôve

Lo que nos gusta una marca con un por qué y una historia, la de Delbôve se remonta hasta los años 50 en París, donde Roger Delbôve tenía una cadena de exquisitas peluquerías donde aunaba la estética con la ciencia del cuidado del cabello. Allí se dio cuenta de que había una gran cantidad de cueros cabelludos que sufrían y se irritaban con el exceso de productos químicos y empezó a investigar profundamente los mecanismos bioquímicos de la propia piel. Sus hallazgos se basaron en un un pilar: la homeostasis, el principio científico de que todos los sistemas vivos son capaces de mantenerse o de volver al equilibrio necesario para funcionar correctamente. 

Dada la falta de productos, Roger convenció a su mujer Marion (que había trabajado junto con Helena Rubinstein) para que desarrollara una gama de productos basados en la bioquímica que fueran capaces de ayudar a la piel a regenerarse y a equilibrarse. Utilizando ingredientes ancestrales y puros, el 1967 llegó la magia: La Crème Sorcière a la pronto se le juntaría el Eau Sorcière, creando así el icónico dúo de su ritual de brujería (no en vano sorciére significa bruja en francés) que en los años venideros se expandiría como la pólvora gracias al boca-oreja.

Y así de generación en generación hasta nuestros días, porque cuando Marion falleció en 2011, Gina d'Ansembourg, fiel seguidora de la marca durante más de 25 años, decidió que no podía quedarse sin ella y tomó las riendas manteniendo intacto el legado de los Delbôve